Y le crecieron los dientes, y los ojos. De una manera desmedida, casi monstruosa. Se había transformado en un ser extraño, con pocos motivos para ser querido o admirado. Era un subproducto.
Tras comprobar su atroz aspecto corrió a esconderse en lo mas profundo de la red de alcantarillas de la ciudad. Allí la humanidad no sabría de su existencia, ni se convertiría en un monstruo de feria y ni mucho menos en conejillo de indias de cualquier loco científico.
En la soledad de la oscura cloaca comenzó a llorar desenfrenadamente. Sus alaridos retumbaban por toda la mugrienta bóveda. Mientras se secaba sus grandes ojos, notó como una mano se posaba sobre su hombro. Sintió un tacto calido y suave que le transmitió dulzura y paz.
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