Aun recuerdo con anhelo las tardes de los viernes en el zoológico. Que maravilla, los padres acompañando a los niños, la fría brisa que corre las tarde de otoño y esa sensación de libertad que suele envolver a los viernes, el mejor día de la semana para muchos.
Yo desde la esquina de mi fría celda observaba como la gente se arremolinaba para ver la gran atracción del zoo, mi compañero de celda, Leo el león. Este animalito de Dios era un elegante felino de sedoso y brillante pelaje que poseía unas afiladas garras y potentes caninos. Aún noto como clavaba sus colmillos en mí, ahh que dolor!!!
La primera vez que lo vi. aun no tenía conciencia de mi ser. Yo permanecía en estado latente dentro de Jack, un vagabundo que solía merodear por el zoo en las calurosas madrugadas de verano. Un día jack bebió más de la cuenta y en mitad de su delirium tremens consideró oportuno visitar a Leo. Grave error, mortal error. Tras un par de zarpazos y unas cuantas dentelladas yo vi la luz. El mundo se presentaba ante mí, todo era nuevo.
En una sola noche Leo terminó con Jack, lo más triste es que nadie se percató del asunto. Yo, un mero hueso en el fondo de una sombría jaula de zoológico permanecí meses con Leo, de cuando en cuando me mordisqueaba. El dolor era innegable, pero confieso que lo hecho de menos. Sí, yo soy el fémur de Jack.
Actualmente estoy dentro de una trituradora apunto de ser convertido en pienso para gallinas. Créanme que añoro esas tardes de viernes en el zoológico.
Fuente: http://deshonestos.blogspot.com
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